La historia de la odontología maya se extendió por el sur del Yucatán, parte de Guatemala y Honduras entre los siglos IX y III a.C. con una civilización que no consumía azúcar y que su sociedad tenía la costumbre de lavarse los dientes después de las comidas. Sin embargo, este pueblo no estuvo exento de caries dental desde los tiempos más remotos.
Los mayas no constituían un estado unificado, sino que se organizaban en varias ciudades independientes entre sí que controlaban un territorio más o menos amplio.
Poseían una dieta relativamente blanda, muy rica en carbohidratos y pobre en proteínas y vitamina C, que también provocó un índice elevado de periodontitis (inflamación de las encías) dentro de la población maya.
Según los vestigios encontrados, los mayas tenían la costumbre de aserrarse los dientes dejándolos como dientes de una sierra. Esta práctica, que se realizaba mediante ciertas piedras abrasivas y denotaba galantería.
Esta civilización poseía capacidad de realizar incrustaciones o mutilaciones dentales con piedras semipreciosas sin carácter médico.
Se cree que sus prácticas odontológicas tenían un carácter religioso y social, pero sobre todo estético y su tecnología era notable observando la preparación de la cavidad dental de las piezas a tratar.
Para los mayas sus dientes y su sonrisa tenían una gran importancia y La cavidad se realizaba con un taladro rudimentario, empleando cuarzo como abrasivo por su dureza. La incrustación podía ser de jade, amatista, hematita, turquesa, cuarzo, cinabrio y pirita de hierro. Finalmente, se fijaba la incrustación con un ajuste perfecto a la cavidad mediante un cemento de fosfato de calcio.
Todo parece evidenciar que el cemento no tenía mayor poder adhesivo que los utilizados en la actualidad, la incrustación se fijaba por fuerzas mecánicas resultantes del ajuste al excepcional tallado y no por las propiedades químicas adherentes.
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